miércoles, 5 de septiembre de 2012

Paraguaná


Gustavo Merino Fombona* 
Como una fábula que abre áticos, balcones y portones de fiesta arquitectónica a la veracidad de las llanuras desde colores, suelos, mares, relieves y océanos es Paraguaná. Se discurre hacia un parque de atracción místico y acrílico, de una inmensa solemnidad.
Como una fábula que abre áticos, balcones y portones de fiesta arquitectónica a la veracidad de las llanuras desde colores, suelos, mares, relieves y océanos es Paraguaná. Se discurre hacia un parque de atracción místico y acrílico, de una inmensa solemnidad. 

El niño y el anciano agarrados de la mano siendo artistas crearon Paraguaná, una península venezolana que mantiene su embaldosado pétreo atado al continente americano en su ala sur por un istmo, por un cordel, como un papagayo que desea persistentemente soñar. 

Emancipada de latitudes y linderos, lo plano y las marinas son gemelas espirituales y mansamente se fusionan. Ese terruño de modo perpetuo maravilla, solo con los duendes de céfiros gimnásticos y soles perfectos, ofrece el bogar con lenguajes y experiencias escondidas por los dioses. 
Los crepúsculos paraguaneros te siembran el concepto de la belleza indestructible. 

Uno es ave y vigor en esas lenguas de naturaleza franca y de óleos policromáticos que encienden noblemente el alma. Siento Paraguaná como una planicie de luminiscencias que abre la voluntad para la cultura de la vida en poesía. Claridad, espectáculo de descubrimientos líricos con sus esculturas en playas, riscos, arenas, faunas que recorren nuestras venas y sentidos como bólidos de oxígeno y visitas de miel.

 Toda circunstancia en esa península acomoda cirros y ventoleras afectivas en el ser. Caricias revolotean entre las celebraciones taurinas de sus brisas y las oraciones dispuestas y resueltas a la vivencia sincera y mágica de sus pobladores, que conviven entre el sosiego y la alegría. Blancas y rosadas salinas, montaña Santa Ana de beso en páramo, pueblos que son hogares, medanales mitologías de mangas abiertas como duendes de mujer que comparten sus cordilleras del millón de caminos en los corazones ansiosos de inmortalidad, los mares infantiles tocan hasta la rodilla kilómetros como una mampostería marítima labrada por donceles, ahí el poema es hondura y divina cotidianidad. Las refinerías del mundo en Paraguaná que casi siempre retratan a un padre que arruinó el petróleo y a los hijos restaurando un país. 

Doy este mínimo canto por el dolor paraguanero. Triunfarás, Paraguaná, porque tu gente y la poesía siempre hacen nupcias. 

*Profesor UCV/Unimet
Publicado por: Oscar Flores